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sábado, 10 de marzo de 2012

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CUENTO:LA CALLE DE LOS RECUERDOS

POR: IVAN DELUQUEZ

La calle de los recuerdos.


En el barrio que habito por preferencia desde niño, ese que queda situado justo al fondo del connubio entre mi mente y mis recuerdos, existe una calle estrecha, solitaria, a la espalda de todas las casas.

A ella, acuden algunos de los amantes melancólicos empedernidos adoradores de la vid en los días de lluvia para arrojar a los torrentes turbios que corren calle abajo los desechos de sus recuerdos… es curioso, hay días lluviosos como este, que suelo recorrerla y casi de manera incontrolable, no puedo dejar de mirar las cosas que corren calle abajo… gavetas viejas, sombreros desaliñados, escritorios que ya no se ponen en pie y que dadas las consecuencia nunca más lo harán. Puertas de casonas viejas que ya nunca verán regresar a sus dueños que partieron sin explicación ni regreso, colchones sin uso que por despecho terminan encallados, y que luchan contra las aguas para no terminar en e olvido y cartas, cartas por montón como peces hay en un río fértil… nadie a decir verdad se pregunta a donde irán a parar todos ellos.

Caminando tan sólo un par de cuadras calle abajo, existe una pequeña iglesia de tablas que se cae a pedazos… la puerta es más grande que ella y el capellán es un anciano sordo siego que en los días de lluvia saca un sahumerio y mientras lo bandea de un lado a otro como bendiciendo los recuerdos con la mano izquierda, con la mano derecha arroja ostias por montón a las aguas… lo acompaña un monaguillo cojo con cara de moro que pide diezmos a los transeúntes imperturbes.

Al frente, está una librería de anaqueles de madera y latón; su vendedor casi nunca en la vida ha vendido un libro y ha escrito muy pocos, pero en los días de lluvia sale como loco, llevando siempre puesto el mismo pantalón café a cuadros y la camisa verde oliva manga larga desgastada, arrojando panfletos al aire… nadie los lee, y aquellos terminan como todo, en las turbulentas aguas calle abajo, pero él repite incansable la misma escena cada día de lluvia… mientras, envejece anónimo al igual que sus enmohecidos libros y con la misma suerte de sus panfletos.

Casi nadie en el pueblo sabe que en esa calle estrecha hay una iglesia y una librería… como en otras partes, todas las casas están dándole la espalda a esos lugares, al igual que su gente.

Cruzando la acera, en la otra esquina, al sur… se ubican las putas, aunque el pueblo es chico y las casas son lúgubres y casi desabitadas por completo, en ella se posan muchas, y los días de lluvia se les puede ver su verdadero rostro…caras enjutas, con semblante de tristeza, cuerpo de dolor y pretensión de monarcas… pero... ¿qué sería de la calle estrecha en los días de lluvia, si al final, éstas no reposaran, a la espera, para escuchar prestas a los amantes imperturbes al momento de deshacerse de sus recuerdos?

No sé con certeza cuántas cuadras pueda tener la calle estrecha en todo su recorrido, ni cuántas putas, pero lo cierto es que siempre que las recorro en el intento de explorarlas, un temor agobiante me embarga, se apodera de mí con fuerza y pienso en esos momentos que soy un recuerdo más que alguien ha arrojado a las aguas y al igual que ellos, temo por quedar perpetuo en el olvido, y entonces de giro, regreso, pero las cuadras parecieran multiplicarse… y escucho los gritos y lamentos de los recuerdos, como si escuchara los quebrantos mismos de sus poseedores y los gritos parecieran atraparme y siento la desobediencia de mis piernas como si éstas lucharan contra los torrentes turbios de sus aguas y los lamentos se tornan envolventes y en mi mente, en el barrio, justo en la calle estrecha; me pregunto: ¿a dónde irán a parar mis recuerdos?…

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