BIODIVERSIDAD EN COLOMBIA
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LITERATURA Y MEDIOAMBIENTE
LA METÁFORA, UNA MANERA ABIERTA DE CONOCER EL MUNDO
Cuando el poeta habla de “los colores del sonido” y de que los avatares “ahogan de ceguera los diversos rostros de la luz” está dibujando un mapa alternativo del mundo, bien distinto de ese mundo lineal que ha marcado nuestra cultura occidental ligado ferozmente a eso que llamamos progreso. Precisamente los poemas de su libro son totalidades que permiten ver que todo está en todo y que es el lenguaje poético la fuerza que impone al poeta una nueva visión, el que sabe de polisemias y metáforas y personificaciones y metonimias y significados encabalgados en la historia caótica de una interrelación cognitiva entre los hombres y un mundo al cual todos pertenecen.
En “el cantarino plumaje del río”, en las “lunas en los cristales de sal”, en “los pájaros dormidos en gajos de luceros” en esa esquina del cenit donde “todavía mis manos siembran de auroras el puente de tu río”, se halla un conocimiento mayor de paradojas que dan sentido, ante nuestras propias conciencias, del mundo exterior.
Cuando dijimos que Atuesta es mucho más que Mariangola, quisimos decir también que es mucho más que Valledupar y que sus propios recuerdos. Y es que la acción ejercida por el lenguaje poético sobre el escritor termina por revertirse enriqueciendo una cosmovisión en una paradoja que nunca tiene fin. De ahí que una lectura lineal sea apenas un intento inicial y pobre para ver un mundo desde una perspectiva en que las paradojas se tocan, contagian, agigantan y enmarañan sin cesar. Detenernos, pues, en la semántica y en la gramática, o en la métrica y expresividad de los textos de los 37 poemas, es mutilar el río secando su cauce de sentidos.
En “La vida sigue”, por ejemplo, la literalidad de la alusión muestra que el conocimiento de este siglo se parece mucho en su forma y en su esencia a un círculo donde las oraciones simples tienen múltiples sujetos que mutan de nombre, figura y estructura. Valga decir que las palmas de corozo que el viajero encontró en su camino “llenaban de fiesta los colores del paisaje”. Lluvia, viento, sol, figuras caprichosas de las piedras y el terreno, la sonora canción del movimiento, caben todos allí en un abigarrado contacto y remiten a pasados recientes y remotos, a temores enraizados en el oscuro manejo de la tierra y en el egoísta triunfo del poder.
En el libro surgen aquí y allá miles de adherencias emocionales y sentimentales que siguen la huella de palabras y expresiones tales como “cenit”, “colibrí”, “mujer después de un atentado”, “árbol citadino”, “verde monumento”, “la erótica cicatriz en el ojo del relámpago”, ”pájara de Dios y de mi alma”, “la penumbra de la piel”, “una sombra de serpiente nos envuelve”, etc.
Hasta ahora hemos podido notar que nos hallamos frente a un hecho asombroso: la magia de la polisemia, inscrita en cada vocablo, ha llenado de sentidos todas las voces que el lenguaje impuso al poeta.
Valga decir que la idea institucional de progreso, que alardea de poseedora de verdades, le niega a la poesía su utilidad para conocer el mundo y la relega al recinto de las tinieblas en que su función de ocio contemplativo se opone al progreso de la ciencia y de la técnica. Esta manera de ejercer el poder confina el lenguaje poético a unos recovecos oscuros. Pero allí, cosa es de volverse loco, allí es donde crece fértil la multiplicidad de significados, hija legítima del tiempo circular y la simultaneidad de elementos distantes. En este nuevo tiempo, polisémico y acogedor, la memoria se hace flexible, el presente no es sólo hechos objetivos sino también vivencias que se unen a los sueños y posibilidades del futuro.
Cuando arriba dijimos que Atuesta es mucho más que Mariangola y que Valledupar, no negábamos una realidad geográfica primaria; pensábamos en que el lenguaje supera al escritor en cuanto es más viejo que él, contiene memoria y, más aún, memorias superpuestas. Y también, a veces, el lenguaje poético tiene corazón. En una palabra, la lengua es sabia, más sabia que el hombre y el poeta. La polisemia es el fruto-instrumento de y para conocer el mundo que está en el fondo de los sentidos de la nueva producción literaria de José Atuesta.
En conclusión, la lectura de Metáforas de los árboles posibilita el surgimiento de una cosmovisión nueva a partir del todo; es decir, la metáfora del lenguaje poético atuestiano surge, construye, modifica, reconstruye y deconstruye la realidad en medio del caos de presente y porvenir.
LUIS A. MENDOZA VILLALBA
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