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viernes, 12 de diciembre de 2014

PARA MAESTROS AMANTES DE LA LITERATURA

  Este artículo enviado por el poeta de Mariangola, mi gran amigo José Atuesta Mindiola, ha sido de mi complacencia...y teniendo en cuenta que en cuanto a libros se refiere... quiero compartirlo con ustedes. Es este el correo enviado por el poeta... juzguen ustedes...

APRECIADOS AMIGOS-  ESTE ARTICULO DE WILLIAM OSPINA ES REVELADOR   PARA QUE LOS  DOCENTES DEL CESAR LO LEAN, ES UNA HERRAMIENTA CLAVE  PARA MOTIVAR LA LECTURA EN LOS ESTUDIANTES.     JOSE  ATUESTA MINDIOLA

Yo diría que no solamente los docentes del Cesar...

Por: William Ospina



 

 

 

Homero sin cafeína

 Tuve el privilegio de leer La Odisea cuando tenía nueve años y me pareció un excelente libro para niños. Tenía barcos, tempestades, naufragios, hechiceras que convertían en cerdos a los marinos, diosas que corren por el viento, gigantes con un ojo en mitad de la frente, sirenas peligrosas, gente siempre en fiesta abusando de la despensa de otros y un rey convertido en mendigo en su propia casa. Con esos ingredientes es imposible un libro aburrido, y como yo lo encontré por mi cuenta en un desván, nadie me arruinó la lectura diciéndome que era una obra muy importante, o que leerlo fuera obligatorio. Me salvé también de que a alguien se le hubiera ocurrido regalarme una versión para niños, para hacerme las cosas más fáciles. Cuando era adolescente, sentía una gran decepción si descubría que el libro que estaba leyendo no era la versión original, sino otra simplificada para que los simples pudieran entenderla. Desde entonces pienso que los jóvenes que leen por placer no sienten gratitud cuando alguien les simplifica el trabajo, porque parece decirles que no son capaces de entender lo que entienden otros. No ignoro que la Odisea que yo leí no era la versión original de Homero, hecha para ser oída, sino una versión seguramente empobrecida por la traducción. Ya no estaba en verso sino en prosa, era apenas una versión, pero por lo menos intentaba ser una versión íntegra, y nunca me molestaron las cosas que no entendía. “La deidad de ojos de lechuza”, “aquel varón de multiforme ingenio”, “la líquida llanura”, “las cóncavas naves”, “el vinoso ponto”, en algunos casos tardé en comprender su sentido. Pero el valor de un libro no está sólo en su familiaridad, sino también en su extrañeza, en la capacidad que tiene de llevarnos a otra realidad y a otra música del lenguaje. Por eso tiendo a rechazar el esfuerzo bien intencionado de poner los libros al alcance de los niños por el camino de adaptarlos o resumirlos, para hacerles comprender todo rápido y ayudarles a estar más cómodos en la lectura. Hay libros, como el Mío Cid, que los cambios del idioma han vuelto casi ilegibles y que necesitan ser vertidos de nuevo a nuestra lengua. Vertidos: no simplificados. Pero un niño de historieta se quejaba de una publicidad que para decir que hasta una señora torpe podía manejar cierto producto decía: “Hasta un niño puede hacerlo”. No es sólo la tendencia a subestimarlos, es olvidar que a menudo ciertas dificultades son las que potencian la capacidad de comprensión. El libro El desciframiento de los glifos mayas me reveló que fue la presencia de un niño de diez años en una reunión de lingüistas y arqueólogos en las ruinas de Tikal o Palenque, y las observaciones que este niño hizo sobre las estelas de los templos, lo que permitió a los expertos descubrir las claves de esa lengua. ¿Cómo saber qué es lo que nos conviene leer de un libro o lo que más va a afectarnos? No tengo interés en desprestigiar el trabajo de Arturo Pérez-Reverte, quien acaba de hacer una versión del Quijote para jóvenes lectores, ni de mi amigo Julio César Londoño, quien acaba de hacer lo propio con María y El alférez real, ni los voy a amenazar con hacer yo una adaptación de sus libros para las nuevas generaciones, porque esos trabajos abnegados tienen un interés literario. Pero debo expresar mi incertidumbre con respecto a la bondad de sus resultados. A mí, María me parece un libro muy legible; no sé decir lo mismo de El alférez real porque, por desgracia, no lo he leído, pero no me resignaría a leer otro Quijote que el que nos dejó Cervantes. Se piensa que un estilista puede hacer maravillas con él, pues Borges afirmó que Quevedo habría podido corregir cada página aunque no habría sido capaz de inventar una sola de ellas. Pero eso significa que el verdadero tesoro del Quijote no está en la pulcritud del tejido verbal, sino en los milagros de invención que aquí y allá florecen a pesar del aparente desorden. Yo no me resignaría a perder el sabor de estas palabras: “¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias!”. ¿Será posible corregir a Cervantes sin pérdida? Estanislao Zuleta solía burlarse diciendo que ya en la primera página de María había una profusión de llanto incontenible. “Todo el mundo llora”, decía, “llora el padre, llora la madre, lloran las hermanas, lloran los criados. ¿Es porque ha ocurrido alguna tragedia? No: ¡es porque el muchachito se va a estudiar!”. Sin embargo, Borges no soltó la novela hasta terminarla. La conclusión sería que un gran libro lo es también por sus defectos, que es algo orgánico, con sus cumbres y sus abismos; el alto ingenio de Hamlet verso a verso, pero también la aparente fatiga de Shakespeare que no sabe cómo terminar, y acaba en una escena con todo el mundo. Italo Calvino hizo una versión de Ariosto para lectores contemporáneos. ¿Quedará algo del Orlando Furioso vertido en prosa? ¿Quedaría algo de la Divina Comedia si Roberto Benigni, en vez de andar recitando sus cantos por las plazas de Italia, se dedicara a hacer una versión para muchachos a los que ya no les gusten los versos? Podría pasar lo que nos pasó con cierta admirada versión de la Ilíada que hicieron los guionistas de Hollywood. Una Ilíada sin Tetis que tenía pies de plata, sin Zeus que al fruncir el ceño hace temblar los palacios, sin el carro de Iris recogiendo a Afrodita, que herida por la lanza de un mortal se está desmayando en la batalla, una Ilíada sin dioses, porque supuestamente la gente ya no cree en ellos. Muy moderna la intención, pero ya no es Aquiles: es Terminator.

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