1867: un año maravilloso para la literatura colombiana
Un siglo antes de que se publicara Cien años de soledad hubo obras capitales de la cultura nacional.
Los historiadores, los académicos y los vendedores de libros consideran que 1967 es el año estelar de la literatura colombiana. En esa fecha, más exactamente el 26 de abril, salió a la venta la novela que muchos califican por debajo solo del Quijote: Cien años de soledad. El IV Congreso de la Lengua se realizó en Cartagena hace cuatro años, justamente para rendir un inolvidable homenaje a Gabriel García Márquez. Del techo del Centro de Convenciones cayeron miles de papelitos amarillos en forma de mariposa y cientos de invitados prodigaron una prolongada ovación de pie al escritor, cuando llegó enfundado en su guayabera caribe. No hubo fiestas, sin embargo, ese mismo año para la única fecha capaz de disputar honores en nuestra literatura a la novela cenital de Gabo. Ocurre que exactamente cien años antes de ella, en 1867, se produjo en nuestra letras una conjunción sin precedentes y sin repeticiones: en el mismo calendario se publicaron María, la más importante novela romántica escrita en castellano; la Historia de la literatura en Nueva Granada, primer intento por recopilar, analizar y ordenar el pasado literario de Colombia; y una Gramática latina para uso de los que hablan castellano escrita en Bogotá por dos jóvenes cachacos, que se convirtió en texto de la lengua romana en numerosos países de lengua hispana y en un clásico de la filología en español. Como si fuera poco, comenzó a imprimirse uno de los tratados capitales de la lingüística en nuestro idioma: las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. Cuatro obras indispensables de la literatura nacional, cuatro obras memorables de la literatura en lengua española, ven la luz en el curso de pocos meses; sus cuatro autores figuran en la lista de colombianos ilustres de todos los tiempos. Todos ellos son amigos entre sí; algunos contribuyen a fundar la Academia Colombiana de la Lengua y a dos (Caro y Vergara) los elige académicos correspondientes la Real Academia española. Curiosamente, las páginas de María reúnen a tres de los autores y la política acaba distrayéndolos a casi todos. Los escritores tienen menos de 36 años. El mayor, con esa edad, es el bogotano José María Vergara y Vergara (1831-1872), que ha empleado largas horas de sus últimos 30 años en rebuscar manuscritos e indagar por poetas y cronistas que le permitan construir una primera aproximación a la literatura colombiana. Le sigue Jorge Isaacs (1837-1895), el caleño que, al imprimirse María, acaba de cumplir los 30 años. A más de un lustro de distancia se encuentran otros dos santafereños: Miguel Antonio Caro (1843-1909) y Rufino José Cuervo (1844-1911), antiguos condiscípulos, que tienen 24 y 23 años cuando publican su Gramática latina. Sorprende que esta camada de sardinos hubiera producido a tan corta edad, sin electricidad, computador ni internet, obras tan sólidas y perdurables. Gabo era mayor que todos ellos al aparecer Cien años de soledad: tenía tres años más que Vergara y 16 más que Cuervo. Sobre este ramillete (para usar un término adecuado a la época) comentó Víctor Eduardo Caro, hijo de don Miguel Antonio, hacia 1935: "Después han visto la luz en nuestra tierra muchas novelas, historias y gramáticas. Sin embargo, en medio de la valiosa producción moderna, aquellos viejos libros, cuyas primeras ediciones empiezan a ser una curiosidad bibliográfica, conservan aún, cada uno en su género, su primitivo prestigio, y siguen leyéndose con deleite o estudiándose con fruto". Amores a la colombiana María, novela de las que llaman "de amor y dolor", tuvo éxito inmediato. En 1946, al hacer un recuento de los caminos que había tomado la obra de Jorge Isaacs, don Antonio Gómez Restrepo escribió: "Es el libro colombiano más difundido en el mundo; muchas veces reimpreso en Colombia y en otros países de habla española. Se ha traducido a varios idiomas." Una de las versiones apareció en España a modo de folletín, el tatarabuelo de la telenovela, y en 1991 se convirtió por fin en culebrón, con guiones nada menos que de García Márquez, uno de los grandes hinchas de la casta novela. La historia de Efraín y María en la hacienda vallecaucana de El Paraíso también ha sido llevada al cine varias veces y es famosa la escultura caleña que muestra a los dos jóvenes novios en amoroso y púdico trance. Isaacs había llegado a Bogotá en 1866 tras una desigual carrera política como liberal radical y militar. Su primera intención era proponer a Vergara y Vergara un negocio de papeles, pero cargaba en las maletas un puñado de versos y el original de la María. A solicitud de don Chepe leyó sus poemas a los intelectuales bogotanos, y estos quedaron tan impresionados que suscribieron un documento de felicitación. El provinciano don Jorge cogió confianza y pidió a Caro y Vergara que le echaran una mirada a cierto mamotreto en prosa que traía consigo. Era María. Todo indica que los dos cachacos revisaron el original y metieron mano en las tiras de imprenta. "En la casa de (Caro) se revisaron y corrigieron, entre Isaacs y Caro, las pruebas de la inmortal novela", dice con Víctor. También ayudó Vergara y Vergara con los originales. Según Carlos Martínez Silva, "Algunos de los amigos del señor Isaacs entonces, le ayudaron con el mayor interés a corregir los manuscritos. Vergara era el más entusiasta". La novela no defraudó su entusiasmo y le descuajó muchas lágrimas, como a casi todos los que la leímos en la edad primera. Con María "cunde por América y España el gran consuelo de llorar", diagnosticó el ensayista mexicano Alfonso Reyes. Casi siglo y medio después, María sigue siendo uno de los libros imprescindibles de nuestra literatura. Lo dice, desde una perspectiva moderna, el crítico Eduardo Camacho Guizado: "Es una novela romántica. Sin embargo, es una obra profundamente colombiana... María toco fibras vitales del hombre colombiano de la época: sus sentimientos y su paisaje. Es, aunque parezca paradójico, una obra realista que refleja con fidelidad un momento histórico concreto. Los colombianos vieron en la novela de Isaacs la comprobación de que su sentir y su ámbito vital podían adquirir universalidad". Para aprender latín No ha tenido la misma perdurabilidad otra de las obras capitales que se publicaron en aquel año maravilloso de 1867. La Gramática latina, escrita por Caro y Cuervo cuando aun les despuntaba la barba. El tratado fue texto escolar de fama internacional durante muchos años pero, con el abandono del latín, se convirtió en una obra de museo. Los dos jóvenes bogotanos habían aprendido latín y griego por su cuenta, pues el libro de Antonio de Nebrija, publicado 350 años antes, era "nefasto" por su poca claridad y su desorden, según lo confesó años después Cuervo a algunos colegas en París. Pero ya graduados y dedicados a enseñar humanidades en colegios de Bogotá, don Miguel Antonio y don Rufino Jota decidieron que había llegado el momento de escribir un texto que resultase útil, claro y sólido para los estudiantes. Caro estaba particularmente molesto por la pobreza del texto que se empleaba en las clases de latín en Colombia. Hay que tener en cuenta que balbuceaba el latín desde niño y, siendo adolescente, charlaba a veces con su abuelo como lo habrían hecho los romanos dos mil años antes. Podría decirse que, en casa de los Caro, era una lengua doméstica: su abuelo, el eminente doctor Miguel Tobar, que educó a los nietos por ausencia del padre, poco antes de morir se confesó en latín. Explicó que se sentía más cómodo expresándose en esa lengua y, además, la servidumbre no se enteraba de sus pecados, pues "solo" hablaba español. En 1864 empiezan a estructurar el libro Caro y Cuervo y el 20 de enero de 1867 obtienen el privilegio de publicación (primitivos derechos de autor) concedido por la Presidencia. La obra sale a la venta como Gramática latina para uso de los que hablan castellano, tiene 250 páginas y consta de dos partes: la analogía, que corre por cuenta de Cuervo, y la gramática propiamente tal, de la que se encarga Caro. Con poca modestia, su hijo anota: "Esta, aunque me pese decirlo, es la parte original y nueva de aquel texto tantas veces impreso". Según el historiador Enrique Santos Molano, "en alas de la Gramática latina, Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo se elevaron como las figuras más prominentes de la joven inteligencia colombiana y fueron mirados con respeto aun por personas mayores". Agrega Santos: "En los siguientes cuarenta años, su Gramática fue el texto preferido para la enseñanza del latín en Colombia y en los países iberoamericanos, incluido España". El desaparecido filólogo colombiano Fernando Antonio Martínez señaló que la Real Academia Española consideró como "magistral" este texto y dijo de él que era el mejor de su género en castellano. Terminada la obra conjunta, cada uno emprendió su propio camino. Cuervo se dedicó, sobre todo, a la filología castellana, al celibato, a vender cerveza y a rezar, pues era sumamente camandulero y beato. Y Caro, que nunca salió de Cundinamarca, a las lenguas muertas. En su libro sobre El latín en Colombia (1949), José Manuel Rivas Sacconi hace un resumen de los trabajos de don Miguel Antonio en esa lengua: "En 1861, a los18 años de edad, emprendió 'con los bríos de la primera juventud y la leche de la retórica', según dice él mismo, la traducción del segundo libro de la Eneída... Ocho años después se aplicó de lleno a interpretar a Virgilio. Principió su trabajo en agosto de 1869 y lo terminó, tras tesonero empeño, en julio de 1875. En 1873 dio a luz dos tomos con la versión de las Églogas, de las Geórgicas y de los seis primeros libros de la Eneída, y en 1876 otro con los seis libros restantes". Como si viviera días de 72 horas, Caro mezcló su intensa actividad humanística con la política conservadora. Durante seis años (1892-1898) ejerció activamente el poder como vicepresidente. Fuera de eso escribió ensayos y poemas (no necesariamente buenos), se carteó con numerosos personajes y fue epicentro intelectual de Bogotá. Dicen que era un tipo antipático y de hígado envenenado. Pero su yerno, Tomás Rueda Vargas, tiene un recuerdo muy distinto. Lo describe como "un ser muy humano, fuerte, alegre, más alegre que juguetón, y que sabía reír como a pocos hombres he visto reír". Le gustaban, además, los chistes subidos de tono. Preferentemente en latín, eso sí. ¿Tres siglos de ignorancia? Otro personaje colombiano del siglo XIX que desperdició años valiosos en la política fue José María Vergara y Vergara. Después de algunos retozos como joven conservador en Popayán y Bogotá, su tierra natal, se asentó en la capital y se consagró a las letras mediante la publicación de periódicos como La Siesta y El Mosaico. No pudo hacerlo en forma constante porque las armas y la política lo sacaron de base en repetidas ocasiones. A esto se sumó su escasa habilidad comercial, que lo condujo a perder su biblioteca y su preciada hacienda de Casablanca, aún en pie hoy en la carretera central de occidente. Robando tiempo a la pólvora, el Congreso y los malos negocios, Vergara se dedicó a la aventura de buscar y atesorar textos literarios desde los primeros tiempos de la historia colombiana. "Nadie, hasta ahora, se había tomado el trabajo de hacer el inventario de la riqueza intelectual de nuestro país", afirma Manuel Ancízar. Hacerlo no parecía labor fácil. En 1867 apenas había 17 bibliotecas públicas en toda la América Latina. Los estudios históricos eran pocos: Vergara reseña solo tres, a los que agrega cinco memorias de contemporáneos suyos. Pero si resultaban pobres los anales políticos, la historia literaria era sencillamente miserable. Cuando se publicó, en tiempos de don José María, la Historia de la Nueva Granada desde la conquista hasta 1810, escrita por José Antonio de Plaza, esta fue la sentencia del autor acerca de las letras prerrepublicanas: "La historia literaria de este país hasta 1800 no presenta un solo rasgo característico nacional, ni un sabio de quien gloriarnos". Su lectura fue un acicate para Vergara y Vergara: "Aquella negativa era tan absoluta, que me convenció de que no podía ser cierta". Redoblada su voluntad, y decidido a demostrar que era falso aquello de los "tres siglos de ignorancia", don Chepe contactó a otros intelectuales que habían formado sus propias colecciones de obras literarias pretéritas. Sumaron conquistas Ezequiel Uricoechea, José María Quijano Otero y el hacendado de Casablanca, y del agregado emanó una convicción: la de que "antes de 1810 había existido aquí un movimiento literario digno de mención y de aplauso". Durante 16 años se dedicó Vergara y Vergara a recoger materiales y organizarlos para probar que sí existía una literatura nacional. El tratado quería ser una modesta memoria, pero el proyecto creció en envergadura y se convirtió en una señora Historia de la literatura en Nueva Granada en cuatro tomos. Quiso empezar su publicación en 1861 en alguna revista cultural, y lo intentó de nuevo en 1865, pero las circunstancias partidistas se lo impidieron. Finalmente, la primera historia literaria local publicada en América llegó a manos de los lectores. La precedía un prólogo del autor cuya data era el 20 de julio de 1867. Apuntes cachacos y universales En 1867, cuando se publican María, la Gramática latina y la Historia de la Literatura en Nueva Granada, don Rufino José Cuervo terminaba los primeros capítulos de sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. El proyecto del joven filólogo santafereño anunciaba que esa publicación inicial debía darse a conocer a fines del año. Llevaba cinco dedicados a una obra que, según Alfredo Iriarte, no se limita a las peculiaridades del habla cachaca. Las Apuntaciones -escribió Iriarte hace once años-, "son un tratado de alcance totalizador dentro del territorio de la lengua, que es, sin duda posible, uno de los textos de consulta más valiosos con que pueda contar cualquier hispanohablante". Siguiendo la agenda trazada, Cuervo entregó en octubre de 1867 el primer original del manuscrito al impresor Arnulfo Guarín. Pero entonces lo acometieron vacilaciones imprevistas, presiones insoportables de la vieja escuela filológica, escasez de fondos, escrúpulos del editor por las críticas que formulaba Cuervo y otros motivos "penosos de recordar". El caso es que, según relata Santos Molano, Cuervo se vio obligado a introducir numerosos cambios y glosas, hasta el punto de que "la primera edición de las Apuntaciones duró de 1867 a 1872." Fue preciso, pues, esperar hasta el 1º. de septiembre de ese año para que por fin visitara las librerías y las ventas por suscripción esta obra maestra de 527 páginas donde uno aprende, por ejemplo, que "hacer el fo", "dar cantaleta" y "turulato" no son expresiones inventadas por la generación del bluyín y ya se usaban hace siglo y medio. Si los planes iniciales de Cuervo se hubieran cumplido. Es decir, si las Apuntaciones hubieran salido a la luz en 1867, la moñona literaria habría sido monumental. De todos modos, nadie podrá negarle al año 1867 su trascendencia en el almanaque de nuestra historia literaria, solo superado cien años de relativa soledad después.
Por Daniel Samper Pizano
Publicación: eltiempo.com
Sección
Cultura y entretenimiento
Fecha de publicación
15 de abril de 2011
Autor
Daniel Samper Pizano
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